A Gregorio no le gusta ir a la escuela, todas las materias le parecen complicadas y el deporte nunca le ha llamado la atención. Lo que a él le atrae es construir cosas, fabricar manualidades y juguetes. La cuestión se complica cuando lo expulsan del colegio. En todo este panorama tan desagradable, sólo la presencia del abuelo es un consuelo para el chico; él lo anima y le enseña a no quejarse, sino a luchar por las cosas que en realidad quiere. La autora aborda un tema real y difícil: ¿qué hacer cuando a un niño no le agrada la escuela?