La gloria mayor del Budismo reside en la persona de su fundaros. Sobre este punto el consenso es universal. Es una excelsa, caso divina figura, que desafía al tiempo y al espacio e impone respeto y admiración aun a los más resientes, es el joven príncipe de los Cakya, del cual, no ya la leyenda, sino la historia narra que en la plenitud de los goces sensuales y de las lisonjas del poder y de la gloria, intuyó el dolor mundial, desarrollo un potente aliento de conmiseración, abrasado de amor por todos los seres, en guisa tal, que la llama de esta luz, el fervor del sentimiento, se convirtió en fulgor de pensamiento, creado el más perfecto connubio que haya existido jamás entre el corazón y el cerebro.