En cada rincón del mundo hay experiencias educativas dignas de imitar. La variedad cultural es la mayor riqueza de la humanidad y conviene abrir generosamente las fronteras de la educación para sustentar el diálogo de ideas y de valores. Al mismo tiempo, es necesario conocer la intimidad neurobiológica del conocimiento y de la acción para entender el desarrollo del aprendizaje y de la enseñanza. De esa manera se podrá promover el talento personal, superar las deficiencias innatas y adquiridas y mejorar la calidad de la educación del siglo XXI.