A mis escasos doce años, en Mérida, yo tomaba una pequeña valija, un pantalón, dos camisas y mi hamaca. Salía los fines de semana a recorrer muchos de los pueblos de mi estado, Yucatán, pues siguiendo la carrera de mi padre, yo también era músico y ¡vaya que me gustaba! No hay nada más hermoso que hablar el idioma universalö, conectar con la gente y sentir esa autosuficiencia económica, esa especia de poderío que, aunque bastante raquítica colmaba mis necesidades.