La mayoría de los estudiantes de arquitectura sueña con tener su propia oficina, realizar sus proyectos y alcanzar la ilusión de ser grandes creadores de espacios. En esta ocasión, fuimos tres arquitectos recién egresados de la universidad quienes decidimos establecer nuestra firma con más entusiasmo que recursos. Nuestra condición de jóvenes exalumnos enfrentados a la falta de oportunidades de trabajo en los grandes despachos por una de las famosas crisis económicas nos hizo ver como fácil correr aquel riesgo. Fue así como, en mayo de 1983, convertimos lo que había sido el comedor de mi abuelo en taller de diseño equipado con nuestros restiradores; un viejo escritorio fungía como departamento administrativo de nuestras inexistentes obras. Lo bautizamos Arquitectoma.á