Desde mis primeros recuerdos de infancia Oaxaca ha estado en mi mente. Visitar a mis abuelos paternos, a pesar de que para entonces ya vivían en la ciudad de México, fue siempre un encuentro con las costumbres y la atmósfera de un mundo que, sin entenderlo, me cautiva. Los olores de los guisos, el sabor de las tortillas recién hechas, las salsas que tanto picaban y apreciaba sólo por su aroma, tan diferente a lo que nos cocinaba mi madre. Y en su cocina muchos cacharros de barro que ya no teníamos en nuestra casa más moderna, cajetes, cántaros, la olla y el comal de mi canción favorita.