¿Qué habría sucedido si los indios no descubren que se podía preparar una bebida nutritiva con la pequeña semilla del árbol de cacao ? ¿Y si lo europeos, en su codicia ciega por el oro brillante hubieran pasado por alto el moreno Xocolatl sin llevarlo a su patria? ¿Qué clase de poema habría compuesto Goethe si hubiera tenido que renunciar a esa bebida de color carmelita y gusto dulce que tomaba por las mañanas? ¿Qué cosa se derretiría hoy en nuestra si numerosos cocineros, pasteleros y panaderos no hubiera contribuido a perfeccionar el divino chocolate? No se puede concebir un mundo sin exquisitos chocolates. En lo más profundo del corazón y en cada estómago se combinan con el chocolate los sentimientos más agradables. Desde la infancia nos han regalado y consolado con tabletas de chocolate. Más tarde endulzamos la vida y condimentamos la cotidianidad con porciones de lujo: una caja de bombones, un chocolate caliente con unas gotas de ron fuerte, una gran torta de trufas o simplemente un soplo de cacao sobre el capuchino. ¿Quién querría renunciar a esto?