Un conocido historiador alemán del siglo XX, Golo Mann, recogiendo una opinión muy extendida a lo largo del XIX (el ´siglo europeo por excelencia´), escribió no hace mucho que ´fue mérito de Gran Bretaña que el poder permaneciera circunscrito al hemisferio occidental´. Pero decir esto apenas entraña novedad con respecto a voces más lejanas, como la de Simeon North, que hablaba ya en su tiempo -1847- de los anglosajones como hombres ´cuya empresa explora cada tierra, y cuyo comercio blanquea sobre todo mar´. Los contemporáneos, en efecto, no vieron la manera de ignorar, mirasen hacia donde mirasen, esa ubicua presencia de los ingleses. Protagonizaron, es cierto, una dilatada operación (de alcance político-internacional y estratégico-comercial a un tiempo), en la que desempeñaron un papel determinante las colonias. Al asegurar aquí el desempeño de esta función de modo tajante, nos separamos de la opinión predominante en aquella época, que se acostumbró a creer que el tiempo de los imperios coloniales había pasado. Lo que ocurrió, más bien, fue que Inglaterra transformó sus comportamientos económicos respecto a las colonias, porque fuertes corrientes de pensamiento político y nuevas ideas habían aparecido en su sociedad, proclamando los nuevos tiempos y reclamando la abolición. Y que, en definitiva, la estela de la triunfal emancipación de las Trece colonias sirvió (a unos y a otros) de coartada ideológica para exigir del resto del mundo, estruendosamente, que éste se acoplase a los mismos patrones.