Vicente Martín llega a una nueva escuela. Sus compañeros resultan muy pero muy amables (y, pues, un poco zonzos). La señorita Encarnita, que da clases desde hace al menos cien años, ni siquiera se ha aprendido bien su nombre, pero lo sienta con Javi Pastor, un misterio de niño: es capaz de construir una gran maqueta irrompible, pero no de recitar el abecedario sin cantarlo ni de escribir derechas las letras.