A Thomas de Quincey, uno de los mejores prosistas en lengua inglesa de todos los tiempos, se le han atribuido numerosos honores y deshonores, unos merecidos y otros no, que lo han transformado en una figura emblemática y polémica, una figura de referencia que ha servido para los más diferentes propósitos, desde la defensa del imperialismo hasta la justificación del consumo de drogas psicodélicas o visionarias. A ello contribuyó, sin duda, una obra de fuerte carácter biográfico y la propia estilización del autor, que no dudó en exprimir su vida y conciencia con fines literarios. Condenado a subsistir de sus colaboraciones en periódicos y revistas, De Quincey se convirtió en uno de los miembros más prematuros del nuevo ´mercado literario´ que estaba redefiniendo la situación del escritor en toda Europa. Sin posibilidad de vivir de sus rentas, el escritor inglés, prototipo de erudito que con anterioridad había vivido refugiado en los monasterios, sumido en una atmósfera como la que nos transmite el grabado de Durero ´San Jerónimo en su celda´, o protegido por la nobleza, es uno de los primeros escritores en experimentar y desarrollar, debido a su nueva posición social y al nacimiento de la era industrial, los síntomas de la modernidad. De Quincey no sufría por tener poco o nada que decir, sino por el exceso, y también por las dificultades para adaptarse a un mundo en cambio que rompía moldes tradicionales de existencia.