¡México está abierto! ¡Enriquézcanse, gringos, extranjeros, pero hagan de mi país una gran nación! Tomen nuestro oro, nuestro petróleo, nuestras tierras, pero construyan vías de ferrocarril y edifiquen una capital tan grande y bella como Londres o París. México también quiere progreso y prosperidad... éste era el llamado que salía de Palacio Nacional y daba la vuelta al mundo. Años antes, Francois J. Fournier, un belga de humilde cuna, viajó al Nuevo Mundo, donde participó en algunas de las grandes obras -verdaderas aventuras- que materializaron el espíritu de la modernidad: el ferrocarril que cruza las Rocallosas en Canadá y el primer intento por abrir un canal interoceánico en Panamá. Más tarde, en México, con paciencia y tenacidad -y gracias a las facilidades brindadas a los extranjeros por el régimen de Porfirio Díaz-, descubrió y explotó una de las vetas de oro más ricas del mundo. Millonario, se estableció en Francia en plena Belle Époque.