Nada hay en el mundo como compartir nuestro tiempo con las personas que amamos: tanto en los momentos de prosperidad como en los de infortunio, sentir que podemos contar con su apoyo es un hecho tan fundamental y transformador, que gracias a ese oasis en el que la virtud parece ensancharse y el afecto ser la única medida de valor posible, alcanzamos apercibir el alma humana en su esencia más noble, comprendiendo, al mismo tiempo, que el don de la amistad es la mejor manera de hacer que esta nobleza se manifieste también a través de nosotros. Y para ello no se necesita más que dejar fluir nuestros mejores sentimientos, con la certeza que la recompensa no se hará esperar. Claro que no se trata de esperar ningún premio: la verdadera amistad no va en pos de retribución alguna, siendo ese, precisamente, su carácter distintivo. Se trata de una recompensa que nos damos a nosotros mismos mediante el propio acto de ejercerla, con la seguridad plena de que aquellos que se saben nuestros amigos, y a los que siempre dedicamos nuestros mejores pensamientos, se encuentran respaldados, ya que ese respaldo está en nuestras manos , y ellos siempre podrán contar con nosotros.
