Alguien señaló, en cierta ocasión, que la diferencia que puede percibirse, a primera vista, entre un cuento y una novela, es la misma que existe entre una fotografía y una película. En verdad, el asunto no es tanto de diferencia sino, más bien, de proporción: un cuento esa una novela, como una fotografía es a una película.
En la novela y en la película se trata de historias totales, explícitas en sentido amplio, completas. En cambio, en el caso del cuento y la fotografía, lo más importante es todo aquello que no se dice, lo que apenas está sugerido por el lenguaje, lo que insinúan los personajes, pero que desborda el marco de la fotografía o los límites rigurosos del cuento.
Para quienes admiran este género y lo disfrutan con placer, en ese último aspecto radica buena parte de su encanto: en lo que se dice sin decir, en su poder sugerente, en su violenta capacidad sugestiva e insinuante, dejando al lector en plena libertad para completar, redondear, a su gusto, el relato que ha concluido, tanto en lo que atañe al antes como al después.