En la antigua Grecia el teatro emerge como una nueva forma de narrar en público mitos ancestrales. Situándose en un punto intermedio entre la tradición oral y el triunfo de la escritura, la tragedia lleva a escena los relatos protagonizados por sagas aristocráticas de origen divino cuyos miembros ejercen un poder tiránico y sufren las consecuencias de maldiciones hereditarias. La constancia con la que se han venido adaptando hasta nuestros días los avatares de los Atridas, de Edipo o de la terrible Medea muestra el potencial de estas leyendas a la hora de traducir problemáticas esenciales. Pero para entender la modernidad de esta arcaica manifestación cultural se impone contextualizarla en el momento histórico que la generó, en el ilustrado siglo V ateniense. Para los inventores de la democracia la tragedia, lejos de ser simple espectáculo, constituyó un auténtico método de reflexión sobre los valores y las contradicciones de las instituciones que estaban elaborando, así como de sus normas sociales y percepciones religiosas. Tal es, más allá de las particularidades del género literario, el fenómeno antropológico del que este texto pretende dar cuenta desde una crítica actual.
