Cuando se trata de un diccionario, su historia no se puede desimbricar de la historia de sus autores. María Moliner, Paul Robert ?iniciador de la gran tradición lexicográfica francesa de los diccionarios ?Robert´ o Sir James Murray ?quien dedicó toda su vida al Oxford English Dictionary? han dejado testimonios de la manera en que la elaboración de sus diccionarios determinó sus propias historias y del modo en que sus propias historias dejaron su huella en los diccionarios. La historia del Diccionario del español de México tampoco puede separarse de la vida de sus autores y particularmente de la mía. Por eso le pido al lector que disculpe el entrelazamiento de historia personal e historia del diccionario que advertirá al comienzo de estas páginas. Corro el riesgo de que piense que tienen una finalidad autocelebratoria, pero espero que lo que cuento lo convenza de que, lejos de eso, mi objetivo es explicar no sólo la manera en que hicimos este diccionario, sino también sus avatares. Hay veces en que la fortuna, que es una diosa, se junta con la generosidad, que es una virtud. Cuando eso sucede, hay algunos que reciben, inmerecidamente, sus dones. Este es mi caso y este es el origen del Diccionario del español de México (DEM). En algún momento de comienzos del año de 1972, don Antonio Carrillo Flores, antiguo secretario de Relaciones Exteriores, de Hacienda, embajador de México en Washington y, en ese entonces, director del Fondo de Cultura Económica, se encontró con el presidente de El Colegio de México, don Víctor L. Urquidi, y le expuso su inquietud, basada en su propia experiencia internacionalista, de que México no tuviera un diccionario propio, que correspondiera a su historia y a su cultura, como sí lo tenía Estados Unidos de América en la tradición de los diccionarios de Noah Webster, ese patriota de la época de fundación de su país, continuada por la casa Merriam-Webster, de Massachusetts.