Es innegable la trascendencia que tuvo la obra de Diego Rivera en la visión que México se hizo de sí mismo durante el siglo xx. Pocos artistas, como él, han marcado tan profundamente la imagen que tenemos de nuestra nación. Rivera, con su mirada, puso frente a nosotros un espejo más fiel, un retrato más nítido de la realidad mexicana que aquél puesto en boga por la academia durante más de treinta años de Porfiriato. Arribar a la síntesis pictórica que Rivera comenzó a plasmar desde los años veinte en los muros de las nacientes instituciones mexicanas, supuso un camino de maduración que tomó más de dos décadas de intenso aprendizaje y constante exploración formal. En la segunda parte de su formación, aquella que tuvo lugar en Europa de 1907 a 1921, Diego Rivera entró en contacto con el cubismo que sacudía París y durante cuatro años pintó un número considerable de obras que suscribían los principios de dicha corriente. Imágenes a todo color.