DOLOROSA

Al fin de un siglo y un milenio, la cultura de occidente se sabe despojada de todo ideal de progreso y justicia. Es posible que esta sensación de vacío no perdure. Por el momento actuamos como si fuera a ser eterna y llenamos el espacio de nuestros mitos, cada vez más distantes y agotados, con horrores: imágenes que reflejan nuestros propios miedos, para que dejemos de percibirlos. En general tenemos éxito: los habitantes del proverbial apocalipsis ignoran que son bestias, y se sienten desvalidos, ansiosos de ternura.áDolorosa, de Gerardo Horacio Porcayo, resume esta situación en una trama oprimente, obsesiva, semejante a un gran guiñol por su violencia y su abandono. En un calabozo, un personaje: Abigail, a la vez vampiro y dominatrix, tiene varias prisioneras. Se alimenta de ellas, las veja, las hipnotiza, las mata; alienta, para torturarlas, sus esperanzas.áAlrededor de este escenario, semejante a los de las orgías de Sacher-Masoch o de Sade, giran muchos otros seres indefensos, degradados, perplejos en las simas a las que descienden. Pero aun este equilibrio; la comunidad de los amos y los esclavos, está amenazado por recuerdos del pasado por el azar, por la conciencia d que todo ocurre porque ninguno tiene otro asidero de la vida.áComo sus padres secretos, los románticos, Porcayo percibe al mundo y lo describe a través del filtro espeso de las emociones. Sus imágenes repiten, incluso, las bofetadas que ellos dieron a las buenas conciencias de su tiempo. Está ála confluencia del orgasmo y la aniquilación; está la carroña de Baudelaire; está la imagen nítida de una “ninfa en el sombrío jardín de la muerteö.