De la memoria el autor abreva y se expresa, siendo el recuerdo el eco que da frescura a lo vivido. El tiempo nos devora y no regresa, y de su intenso paso por el mundo el autor presenta a nuestros ojos que vivir es una contienda a muerte, dejando a su paso secuelas irreversibles. La otredad se manifiesta a través de diálogos con otros artistas. El diálogo con los otros pareciera un camino para entender el propio universo, el sentido de la vida, incluyendo los propios monstruos. La mujer también constituye el ´otro´, esa criatura con quien la voz poética experimenta el amor como locura, como contienda o la amante idealizada. También aflora la contemplación del yo, así, Christian Mason se ocupa de sí mismo, del ser solitario que es por elección, mediante dolientes versos donde revela que vivir en unidad constituye un suplicio electo. El ser humano en toda su iniquidad figura también como manifestación de ser otro. El poeta contempla la ignominia de la raza humana y se lamenta, ¿qué hacer sino dolerse en verso? La figura de Dios es también otredad y se explora la deidad llegando a la humanización. En cuanto al universo, hallamos una suerte de geografía sensitiva contemplada desde el norte, sitio propicio para el recuerdo, y el oriente, el extremo donde el artista se retrae porque ahí ´los sentidos perciben diferente´, situando ahí su atalaya para contemplar el mundo. La poesía de Mason, producto de imaginación e inteligencia, es un acopio de recuerdos, una poesía vivencial, dado que la vivencia impregna a su obra poética de memoria y sentimiento. Este libro canta, grita, susurra, aletea, flota, arde, estalla en medio de su peculiaridad, una característica virtuosa del autor. Son poemas transparentes, crudos, sinceros, que permiten lo mismo husmear los laberintos de la vida que entablar un diálogo con el saber del Renacimiento, dejando ver la necesidad de mentes lúcidas para distinguir entre la verdad y la vida, no sólo en los estrechos momentos de la vida sino en las profundidades filosóficas del alma.
