El Otro, el diferente, puede despertar miedo, zozobra o mera inquietud. Su aparición es sentida como amenazante, porque no encontramos en ella indicio alguno sobre nuestra propia singularidad: el Otro está ahí, ante uno, sin signos de un algo que indique la posibilidad de reflejarnos. Su presencia, sin embargo, es la gran confrontación de que existimos sin saber por qué somos lo que somos.