Todos los lectores de estas páginas somos hermanos de una misma experiencia, el sufrimiento.
Con seguridad todos hemos estado físicamente enfermos y muy posiblemente lo hemos estado en nuestro ánimo: la angustia, la ansiedad,... ¡Con cuánta frecuencia en nuestro dolor nos hemos sentido solos!
Acompañados exteriormente, por posiblemente algún familiar o algún médico; pero solos en nuestra impotencia, en nuestro dolor. La fe nos dice que siempre, en todo momento, alrededor de nosotros, está la luminosa presencia del Padre Bueno.
En nuestro dolor no estamos solos. Tan acompañados estamos, que visto con una fe profunda, no sólo no estamos solos, sino que incluso, nuestro dolor puede llegar a tener un valor salvífico.