En el Porfiriato la vida alteña se desarrolló entre el aroma del incienso de las ceremonias religiosas y la pólvora de las fiestas patronales. Después de la Revolución, entre 1917 y 1940, persistieron esos mismos aromas: el del incienso como evocación y esperanza -porque los católicos anhelaban paz y tranquilidad y querían vivir las ceremonias religiosas de antaño-, y el de la pólvora que, indistintamente, impulsaba las ojivas que segaban la vida de los defensores de la Iglesia -para ellos morir por Dios era la vía rápida al Paraíso- y la de sus enemigos, además de que finalmente permitiría el triunfo del gobierno y la imposición del modelo revolucionario.áAsí fue la vida en Los Altos y en ese escenario se desarrolla el texto. En el fondo, se trata del constante conflicto entre dos ideologías representadas por el episcopado y por el gobierno, si bien quien encarnó la disputa fue la población que luchó por sus ideales.