En el umbral del año 2000 resultan escasos los sistemas educativos que no hayan conocido importantes reconsideraciones acompañadas de renovaciones más o menos iniciadas o anunciadas. Este contexto general de cuestionamiento supone cambios notables en la definición de las tareas y de los papeles esperados de los dirigentes responsables del encuadramiento de los aparatos educativos. Así, a título de ejemplo, pocas funciones han sido tan debatidas durante los últimos años como la de jefe de un centro docente escolar. Hasta fecha reciente considerada como de enlace administrativo con una administración central o regional, esa función es ahora estimada una de las más estratégicas para la renovación de los sistemas de educación. Estos últimos, no sólo han de tornarse más eficaces, sino que por añadidura deben comprometerse en un proceso de transformación para hacer frente a los grandes retos de una democratización escolar de calidad y de la adaptación a unos complejos cambios sociales y a la globalización de los intercambios humanos.