En 2008, Foster Dade llega a Kennedy, un internado de élite en Nueva Jersey. Barack Obama comienza su primer mandato como presidente; se escucha Vampire Weekend y Passion Pit en los iPhone que acaban de salir a la venta; los adolescentes comparten confidencias y rumores a través de BlackBerry Messenger y iChat; e internet, tal y como lo conocemos, está emergiendo poco a poco.
Al igual que Foster: un estudiante de intercambio y un joven ansioso que está atravesando la adolescencia a trompicones tras el escandaloso divorcio de sus padres. Pero Foster no tardará en verse en compañía de Annabeth Whittaker y Jack Albright, los centros de gravedad social de Kennedy, quienes lo toman bajo su ala. Dieciocho meses después, Foster será expulsado, tras un escándalo trágico que cambiará a Kennedy y a sus alumnos de una forma irreparable. Cuando nuestro narrador sin nombre hereda el antiguo dormitorio de Foster, empieza una investigación épica sobre lo que realmente sucedió.
A través de entrevistas con antiguos compañeros de clase, publicaciones del blog de Foster, listas de reproducción, archivos de texto y la propia imaginación obsesiva del narrador, se desarrolla una historia. Sí, la de Foster, pero también una que nos pregunta quién es el dueño de nuestras narrativas personales, y cómo nos moldeamos para ser los héroes o los villanos de nuestras propias historias.