En la última década del siglo XX, los psiquiatras y los cristianos parecen haber logrado un acercamiento en el cual ambos se sienten cómodos. La conversación se ha ido aquietando, el debate, para todo efecto práctico, ha terminado. Yo me siento, personalmente, más cómodo y menos desafiado en ambas comunidades, más seguro, pero mucho menos estimulado. Y creo que la tarea de zanjar el abismo apenas había comenzado cuando se la dio prematuramente por concluida. El dolor existencial y la experiencia subjetiva de la enfermedad psiquiátrica carecen de interés para los psiquiatras modernos. Mientras tanto, las implicaciones teológicas y filosóficas de los desórdenes del cerebro y las terapias psiquiátricas modernas son de escaso interés para los teólogos cristianos. Como resultado, en mi opinión, la psiquiatría ha perdido su alma y el cristianismo ha perdido la cabeza. ¡Este libro deberá llevar una etiqueta: No sólo para cristianos! Provocativo, personal y profundo, es esa cosa tan rara: una franca y sofisticada exploración de las tensiones entre fe y medicina, confrontadas por un científico y médico distinguido. Un libro sorprendentemente útil.