Leo Castelli fue hasta los cincuenta años lo que en Estados Unidos se considera un europeo típico: diletante, más aficionado a la vida social que al trabajo, mujeriego y vividor. Pero entonces abrió su local en Nueva York, y se convirtió en El galerista: el hombre que dio entidad y cuerpo al pop-art, que descubrió a Jasper Johns, a Lichtenstein, a Rauschenberg o a Warhol. El anfitrión de las fiestas clave, el marchante de los artistas que contaban. . . un europeo que reinó durante varias décadas en Nueva York, y que desde allí reconquistó Europa con toda una red de galerías.