HUMOR DE AMOR CUENTOS PARA LOS QUE NO ESTAN ENAMORADOS

HUMOR DE AMOR CUENTOS PARA LOS QUE NO ESTAN ENAMORADOS

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Editorial:
PLAZA Y JANES
Año de edición:
ISBN:
978-607-402-381-7
Páginas:
85
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Había una vez muchos cuentos... Érase que se era una niña adorable. Traviesa y maldosa, cantarina e ingeniosa como pocas. Entrañable por lo tanto. Porque la gentileza, el afecto, las actitudes cálidas y un gracejo pícaro delicioso la acompañaban para producir regocijo y contentamiento en los demás. Desde que era más pequeñita todavía, manifestó un don de observación formidable, fenómeno lógico. Las agudezas provenientes de ese poder suyo, al ser expresadas verbalmente tenían defectos devastadores. Por ello, Gaby se reveló pronto como chacotera y sabia en forma simultánea. Al correr del tiempo, este ser diminuto escribió obras de teatro que dejaron pasmado a más de un señor sabihondo, auspiciando el aplauso correspondiente. Sus maestros saboreaban la delicia de verla crecer -es un decir- en forma tan satisfactoria. Y después vinieron estos cuentecitos que lo mismo pueden llamarse golosinas, miniaturas, epigramas saltarines o juguetones. Joyitas literarias, en suma (como se decía en tiempos de Mary Castaña ¿o será: Marycastaña?). ¿De dónde deviene, a esta escritora mexicana, tal singularidad? Algunos lo atribuyen a su condición maromera: desde chiquita anduvo metida en asuntos de la farándula, la carpa y las variedades. Otros dicen que se trata de un talento natural, espontáneo, que aprendió a usar sus virtudes congénitas, por medio del estudio, asistiendo a la escuela y al poner gran empeño desde el kinder en hacer sus tareas con la paciencia de un astrónomo y la gracia astuta de un duende... bueno, duenda. No falta quien diga que ´le viene de familia´. Porque Gaby Ynclán forma parte de una dinastía con harto colorido: su bisabuela, cantante de ópera, mamá actriz, espléndida, siempre memorable, llena de encanto: el hada buena, un hermano capaz de hacer reír como actor hasta al reglamento de tránsito, y ese tío repleto de talento que supo interpretar la perfidia del villano y el alma noble de un corazón popular en el cine nacional [...] cuando había. Lo más probable es que todos tengan razón: la suma de los factores, siempre arroja el producto, como diría el gato de Chesire, sonriendo desde su ramita. La melancolía, el spleen del siglo XIX, o su prima hermana la depresión del XX, la neurastenia (como solían decir nuestras abuelas), o la abulia arrogante de índole británica, están muy temerosas y temerosos. Porque en estos relatos reside el antídoto certero para sus efectos catastróficos.

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