El intento emancipador de los criollos mexicanos de 1808, si se le sorprende en sus recóditos estímulos, conmueve por su hidalga actitud y por su destino malogrado. Ante la aurora presentida se intentaba atar, sobre un abosmo de tres siglos, al país independiente con la ilustre tradición española anterior del absolutismo. Allí quedó la azaña, con el honor sin sombra. Tal fue el único momento en que nuestra trayectoria hacia la emancipación concurrió en designios con la de Sudamérica. De allí en más el movimiento de independencia de México adquiere singular fisonomía, cuyo cabal esclarecimiento es la clave de nuestra propia historia.