Dice Ignacio Larrañaga al final de este libro: "Si después de leer estos cuatro capítulos, no se quedara el lector con otra cosa sino esta sola preguntita: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?, obsesivamente repetida y obstinadamente aplicada a las diversas circunstancias de cada día y cada momento, [el lector] después de dos o tres años, ni se conocería a sí mismo, debido a la mutación de su vida".