En la línea de Patricia Highsmith y Ruth Rendell, Sophie Hannah explora la delicada línea que separa la bondad de la maldad, convirtiendo el espacio doméstico en el territorio del miedo.
Cuando revisa la tarea que ha realizado su hija Ellen, Justine se encuentra leyendo una historia escalofriante articulada en torno a una serie de siniestros asesinatos. ¿Puede ser la propia Ellen quien haya cometido esa atrocidad? ¿Puede ser culpable de esos asesinatos, tal y como ella parece asegurar en su redacción escolar? ¿Cómo si no iba a inventar algo tan grotesco? Justine entra en pánico cuando descubre que Ellen también ha inventado tener un mejor amigo en la escuela -un chico al que los profesores dicen no conocer-. A partir de entonces, Justine empezará a recibir una serie de llamadas anónimas que la harán temer por la seguridad de su familia y entrará en un perverso juego de pistas que la llevarán a descubrir quién está realmente al otro lado de la línea.
Fragmento de la novela:
"No voy a preocuparme por no contestar la llamada de Alex; y, si no es él, no me voy a preguntar por qué no ha llamado hoy. Sé que está bien; lo estarán adulando sus acólitos en Berlín. Comentar el problema de Ellen es algo que puede esperar. Los problemas son cobardes y atacan en manada; son demasiado endebles e insustanciales para hacer daño de uno en uno: siempre piden refuerzos. Pronto habrá un grupo de ellos dando círculos a tu alrededor y no podrás huir. "Que les den a todos", pienso mientras me dirijo a la cocina a través del vestíbulo de baldosas blancas y negras. Tengo suerte de ser feliz y poder disfrutar de esta fantástica nueva vida. No tengo mucho de qué preocuparme, comparado con otras personas. En mi actual existencia sólo hay dos puntos de conflicto: la extraña conducta de Ellen y -me avergüenza seguir obsesionada con ella- la casa junto a la Circular Norte.