La carga dramática del derecho penal es muy densa. Ese dramatismo obedece a que las conductas que prohibe su objeto de regulación son las más dañinas de cuantas son materia de desautorización legal y, en consecuencia, las sanciones que prevé son las más severas de todo el universo legislativo. Los distintos ordenamientos jurídicos tutelan valiosos intereses individuales o colectivos, pero el derecho penal busca además, específicamente, preservar las condiciones mínimas de coexistencia civilizada en la sociedad, y para ello conmina las acciones y omisiones que las afecten con punibilidades rigurosas. Por eso el derecho penal, más que ningún otro, debe estar sujeto a constante revisión crítica, la cual debe realizarse siempre a partir de razones bien argumentadas, nunca de pasiones vindicativas. Esas razones deben sustentarse en las ideas de la Ilustración, las que dieron origen al derecho penal penal ilustrado, humanitario, que se opuso desde el siglo XVIII al derecho punitivo inquisitorial. En los días que corren, las tendencias autoritarias están recobrando el terreno que parecían haber perdido definitivamente. El presente diccionario quiere inscribirse en la tradición humanitaria que tuvo su cuna en el Siglo de las Luces, notoriamente a partir de De los delitos y de las penas del Marqués de Beccaria. Me gustaría aportar argumentos consistentes aunque expuestos con la brevedad que corresponde a un diccionario, sustentados en esa tradición ilustrada, acerca de lo que el derecho penal debe ser, es decir, de cuál sería su contenido más razonable.
