Raphaél Jerusalmy nos quiere transmitir en esta novela el gusto por el libro como objeto y, a la vez, lo utiliza como protagonista de una historia junto con François Villon, el poeta francés, aventurero y rebelde, autor de La balada de los ahorcados. De él se sabe que en 1463 se encuentra prisionero en una mazmorra, condenado a muerte, pero indultado. A partir de este momento su rastro desaparece. Y es ahí cuando Jerusalmy inventa la segunda vida de Villon y lo transforma en un personaje de novela. El obispo de París visita a Villon en la cárcel y, de parte de Luis XI, le encarga una misión secreta: recuperar en Tierra Santa los escritos de los Antiguos -entre ellos, al parecer, el testamento de Jesús-, que posee una cofradía de monjes judíos en un paraje desértico y que el Vaticano ha prohibido, y difundirlos en Francia mediante la ayuda del impresor alemán Johann Fust. Con su amigo Colin de Cayeux empieza un viaje trepidante y peligroso en el que se enfrentarán a enemigos, los mamelucos, pero serán defendidos y protegidos por los judíos, aliados de Francia, de los Médicis de Florencia y los Sforza de Milán. Complots e intereses cruzados de las grandes potencias del momento convergen en el objetivo común de salvar, por parte de unos, e inutilizar, por parte de otros, el gran poder que tienen los libros -algunos- de cambiar el mundo como instrumento de conocimiento y libertad frente a los fanatismos.