A lo largo de toda la historia ha habido personas, y no precisamente insignificantes, que han denunciado la estupidez, por no usar otras palabras que nos vienen a la mente. Es posible olerla en todas partes y flota en el ambiente de todas las épocas. De algún modo, se encuentra en la atmósfera. Se vitupera a sus responsables, se lamentan los estragos que produce y se buscan sus causas. Algunos autores incluso han manifestado interés por sus orígenes: Aristóteles especula que surgió en aquella época que hoy llamamos prehistoria, mientras que san Agustín ve en ella la consecuencia del pecado de Adán. A juzgar por la profusión de pareceres estamos tentados de adoptar la posición que se atribuye a Raymond Aron, de quien Mathurin Maugarlonne decía que «señaló la estupidez como un factor determinante de la historia».