Ni Omri ni el indio se movieron durante, aproximadamente, minuto y medio. Apenas respiraban. Tan solo se miraban fijamente el uno al otro. Los ojos del indio eran negros y feroces, y revelaban temor. Su labio inferior dejaba ver unos dientes brillantes y blanquísimos, tan pequeños que apenas se distinguían salvo cuando les daba la luz. Estaba de pie, con la espalda pegada a la pared del fondo del armario, cuchillo en mano, rígido de miedo, pero desafiante.