A pesar de haber practicado un estilo de intensa originalidad, Manuel González Serrano continúa siendo -en buena medida- un artista desconocido. Su muerte prematura y el que hiciera de la pintura un ejercicio solitario, contribuyeron a que quedaran pocas referencias a su obra en la bibliografía sobre la pintura mexicana de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, su notable inventiva, presencia y fuerza plástica lo hacen destacar como uno de los artistas más originales de su generación, y nuevas miradas se abren para acercarse a la obra intimista e introspectiva de este surrealista atemporal.áCosmopolita y provinciano a la vez -como no pocos de nuestros grandes artistas-, el jalisciense González Serrano tuvo arraigo en su patria chica, donde la familia contaba con varios ranchos, y también en la bohemia de la capital mexicana de finales de los años treinta y principios de los cincuenta, enseñoreada por el Café París, el Club Leda, los bares La Ópera y el Montenegro. Permaneció muy cerca de intelectuales y de artistas de primer orden en aquellas épocas, pero supo mantener una independencia bastante patente, incluso con quienes acusaba afinidades, como María Izquierdo y Agustín Lazo.áEn su obra se observan algunos rasgos surrealistas de la época del primer renacimiento, pero destaca, sobre todo, su capacidad de acrisolar una expresión única, inconfundible, que denota una visión particular del mundo y de la pintura. González Serrano forma parte de un grupo de creadores que desarrollaron otras vertientes artísticas en la llamada contracorriente u ´otra cara´ de la Escuela Mexicana de Pintura, uno de los capítulos más complejos e interesantes de la modernidad mexicana. En él hay toda una ruta de conocimiento y de talento mexicano. Conocer y difundir su obra equivale a rescatar las imágenes de mucho de lo que compone el gran imaginario visual del siglo XX.