Edward Gorey fue, sin lugar a dudas, uno de los autores e ilustradores norteamericanos más personales, originales e interesantes de la segunda parte del siglo XX. Paradigma de lo macabro y de lo bizarro en su faceta de autor, a la vez que encarnación del excentricismo más diletante en la de personaje más o menos público, fue asimismo autor de casi un centenar de libros e ilustrador de otros sesenta, una producción ingente si bien caracterizada, sobre todo en sus inicios, por la falta de accesibilidad. Las peculiares características de sus primeras obras, decididamente minoritarias (libros diminutos completamente diseñados a mano desde la primera a la última hoja, de tiradas muy cortas que en ocasiones no superaban los 200 ejemplares), la labor de orfebrería tanto editorial como gráfica y ling?ística que revelan todos sus trabajos, y su extravagante biografía, tan interesante o más que la de cualquiera de sus personajes de ficción, son algunos de los elementos que han acabado por convertir a Gorey en todo un fenómeno de culto, seguido y venerado por una minoría cada vez más nutrida y fiel hasta la muerte.
