«Antes de llegar a estar cerca del muro encontraron dos listones de hierro con una pequeña jaula en su parte superior. Lorkun sabía lo que era, la había visto dibujada en ilustraciones: era una linterna leforana. La inspeccionó más cerca y arrimó el fuego a un lugar concreto. La llama se contagió con rapidez hacia dentro. Tras unos instantes, la cabeza de hierro despedía unas llamas azuladas que terminaron por bailar en tonos amarillos y rojos.áEs maravilloso... dijo Nila.áTres pebeteros se distinguían en toda la explanada. Cuando las llamas iluminaban la sala, la mancha de la pared se disolvió en un tono dorado. La luz parecía afectar poco a poco a los ojos de los que la miraban embelesados. Al cabo de un rato nadie dudó de por qué la Puerta Dorada recibía tal denominación. Dos planchas gemelas, de unos veinte metros de altura, comenzaron a reflectar los tres faroles llameantes y las siluetas de los viajeros. El color de la puerta era tan dorado como el del oro más bello y refinado a la luz del sol, pero en la penumbra era como pan de miel...».