Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con gran aplomo una jovencita de quince años-. Mientras tanto tendrá que conformarse conmigo. Framton Nuttel intentó decir algo que halagara apropiadamente a la sobrina en aquel momento, sin ser inapropiadamente descuidado con la tía que estaba por llegar. Dudó para sus adentros, más que nunca, si esas visitas formales a una serie de completos desconocidos servirían de algo para ayudarle en la cura de reposo a la que supuestamente estaba sometido.