Un oportunista sin imaginación encuentra la forma de hacerse de una obra literaria sin redactar una sola frase. El corrector de estilo de una editorial descubre que los asesinatos de la novela que acaba de reescribir son reales. Un escritor fantasma y una pirómana comparten un amor basado en la destrucción de libros. Un narrador en ciernes se enfrenta a un bloqueo y a la ominosa pero innegable percepción de que el mundo es un lugar insano. Los protagonistas de estos cuentos habitan los alrededores de la escritura sin aventurarse en el misterio de la creación: viven sus efectos colaterales, medran en dinámicas escasamente relacionadas con la literatura, pero que estimulan en ellos la fantasía de encarnar un destino sublime. Enamorados de una ilusión y no de los retos del oficio, se alimentan de glorias pasadas, de utopías ajenas, de ficciones inverosímiles. Desde temprano, Luis Jorge Boone se situó como un autor de notable madurez, su estilo, dúctil y certero, sabe retratar los ámbitos del realismo, la fantasía, el humor y la melancolía. Viaje por el terrenal calvario que entraña la escritura, o su ausencia, Largas filas de gente rara pasa por alto el prestigio del escritor como espíritu elevado para mirarlo tal como es: un ser frágil y a veces desencantado, presa de instintos y temores, con sus propias luces y oscuridades, su parte trágica pero también su parte cómica.