El ejercicio de prologar un libro es, a mi juicio, una de las tareas intelectuales más satisfactorias. En efecto, el prologuista, por el conocimiento anticipado del texto a editar, posee las ventajas del confidente o del conspirador y, sin embargo, puede eludir los riesgos de tales actitudes. Por otra parte, quien prologa, por su obligada situación de lector atento, está en las mejores condiciones para gozar, como si fuera propio, del esfuerzo ajeno. Esa doble circunstancia, con todo, no hubiera sido suficiente para impulsarme a emprender esta tarea, si no hubiese sido por la personalidad del autor. Conozco a Urbano Fernández Rubio desde los años de la vieja Escuela de Ingenieros de Caminos del Retiro madrileño, como compañero y amigo de mi primogénito hermano -hoy fallecido- y como paisano. Por ello, por su capacidad profesional y por su carácter entrañable, el autor ha sido para mí, siempre, una persona especialmente apreciada. Supongo, y espero, que haya sido una cierta reciprocidad lo que a él le incitara a solicitarme este pequeño esfuerzo, que acepto con mucho gusto. La primera sensación que seguramente tendrá, quien empieza a hojear el libro, es la de sorpresa, que un Ingeniero de Caminos, por más que también sea Economista, se decida a escribir un texto de esta naturaleza, no es ciertamente habitual. La sorpresa inicial habrá de tomarse en admiración, cuando del simple hojeo se pase a la detallada lectura. Te anticipo, lector, que no será para menos. El libro, es el resultado de un trabajo minucioso, desarrollado por el autor, a partir de su dilatada experiencia profesional en una gran empresa constructora. El propio título adoptado -Las Reclamaciones en las Obras para las Administraciones Públicas-