La fascinación que ejerce Leonardo da Vinci parece consistir en su infinita grandiosidad, en su inabarcabilidad. Pintor y arquitecto, matemático y científico, investigador de la naturaleza y teórico de la pintura, geólogo y físico, su desbordante imaginación se plasmó, por supuesto en su pintura, aunque también llenó cientos de cuadernos con dibujos fascinantes y anticipatorias observaciones sobre todo tipo de temas científicos que, en última instancia aspiran a una síntesis final a una visión armónica de la vida serenada por el arte.
Por ello, cualquier estudioso de su obra Leonardo como realización de todas las posibilidades de lo humano, la excepción y la aspiración de la humanidad, el hombre pleno volverán de muy diversas formas autores como Wólfflin o Seailles, ya en el siglo XVI. Para el primero Leonardo representa el interés universal por la naturaleza todo le atrae: la vida del cuerpo y las pasiones humanas, las formas de las plantas y de los animales, y la vida del arroyo, le resultaba incomprensible la unilateralidad de los pintores que sólo se ocupan de la figura. Seailles ha insistido en su carácter armónico y sociable, su galantería, aptitud musical y poética, su capacidad para fecundar a otros artistas modificando, indirectamente, el curso histórico de la pintura. Como pensador y sabio Leonardo dirige su atención a la observación y el análisis. En él, en definitiva, la humanidad se dirige hacia lo que la realiza y culmina: lo divino.