LOS NIÑOS 44

LOS NIÑOS 44

$ 141.67
Pesos mexicanos (MXN)
Sin Existencia, informes favor de llamar
Editorial:
VINCIANA
Año de edición:
ISBN:
978-88-8172-135-1
Páginas:
30
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¿Cual fue el primer retrato de un niño? Es una pregunta que despierta nuestra curiosidad y para la que es difícil encontrar una respuesta. Podemos afirmar que desde la Antig?edad el niño fue objeto de representación, pero la falta de consideración por su individualidad, aún no plenamente desarrollada, no contribuyó a que fuera un tema de representación autónomo y relevante. En el Antiguo Egipto, sobre todo en la época más arcaica, se paliaba la dificultad de diferenciar la representación del niño de la del adulto recurriendo a signos convencionales, como el dedo en la boca, o un mechón de pelo sobre la oreja derecha. El arte griego clásico dio como fruto la figura del amorcillo, el pequeño Eros, bella representación de un niño regordete que por lo general aparece en mármoles, como por ejemplo en el celebérrimo ´lrene y Plutón´ de Cefisodoto. Pero será durante el período helenístico, época caracterizada por un repliegue hacia el mundo de los afectos, cuando aumentará el interés por el niño como objeto de representación autónoma. Es el caso del ´Niño de la oca´, obra de Boeto de Calcedonia. En Roma, la imagen de la loba que amamanta a los pequeños Rómulo y Remo representa la fuerza de su origen. Pero la representación de los niños será esencialmente de dos tipos: el niño como miembro de la familia y futuro ciudadano (de la mano de la madre, más mayor, vestido con la túnica junto al padre o asistiendo a clase en la escuela) y el niño como amorcillo, con una función puramente decorativa y ornamental o aplicado a las tareas más variadas (amorcillos que tiran al blanco, que corren sobre higas, que producen aceite, floristas, orfebres vendimiadores, etc.). Esta representación iconográfica está muy presente en los frescos pompeyanos. Y será precisamente a partir del modelo del amorcillo que los artistas góticos en los primeros tiempos del cristianismo crearon la figura del querubín, el grácil angelillo al que se le ven sólo la cara y las alas, y en quien se inspiraron los pintores y escultores italianos del Quattrocento y del Cinquecento, en pleno Renacimiento, para representar al amorcillo, y en particular al Niño por excelencia, el Niño Jesús.