De la realidad, a la noticia, a la ficción literaria hay un trecho amargo y cruel. La triada que conduce al tráfico de infantes, la convirtió Sergio Gómez Montero en la novela: Los niños de Dios. El trayecto que habrá de sobrecogernos arranca inicialmente en Baja California. Una serie de sucesos diversos desencadena aspectos varios de cómo, particularmente en Estados Unidos, ese comercio ilegal se llega a manifestar. Parte del peregrinaje aciago que el personaje principal se ve virtualmente obligado a realizar y que lo lleva de Baja California al Distrito Federal y de allí a Estados Unidos y Canadá se convierte en una parte importante de la motivación anecdótica. Como trasfondo a lo largo de Los niños de Dios se muestra también cómo a algunos de los protagonistas afecta su experiencia política que se remonta a la sacudida de 1968 y a años posteriores. Gracias al oficio del autor, y de su tejido narrativo que se nutre por igual de lo policiaco que del drama, que de la trama política, Los niños de Dios se entrecruzan para acudir a un final sorprendente: aquel en el que el lector queda conmovido y estupefacto.