Cuando en 1965, Che Guevara escribe El socialismo y el hombre en Cuba con la intención de esclarecer el significado socialista de la experiencia revolucionaria cubana, mal vista por los capitalistas e incorrectamente interpretada por el marxismo dogmático, se desprende de la perspectiva teórica y práctica del socialismo de los viejos manuales europeos para ubicarse en una isla del Caribe desafiante que echaba a andar a contracorriente. A contracorriente seguimos los pueblos latinoamericanos, negados a aceptar la peor de todas las utopías: la utopía de no tener utopías. Bajo el imaginario de «otro mundo es posible» emergen, desde cualquier lugar del continente, movimientos, organizaciones, redes y campañas contestatarias que en acciones coordinadas intentan unirse para desmontar la cultura del poder del capital y construir nuevas alternativas de vida que tributen a una verdadera emancipación humana. Esta nueva fuerza revolucionaria, que emerge desde la cotidiana desesperanza expresa una recuperación de los significados y sentidos de la transformación del mundo para bien de todas y todos. Ante la necesidad de fortalecer la unidad de acciones, sentidos políticos y éticos desde la diversidad de actores involucrados en proyectos alternativos de lucha revolucionaria, aparece la interrogante: ¿podemos desde nuestra cotidianidad, excluyente, dominadora y depredadora pensar, hacer y desear sentidos de vidas colectivos, solidarios, justos y humanos? La pregunta interrumpe e incita cada paso.