Con Niebla estamos ante una novela filosófica, pero que se lee con placer. En ella, Unamuno exhibe la vida indecisa y la incapacidad amorosa de un hombre, y entonces expone su objetivo como narrador, poner el alma de sus personajes bajo una lupa intelectual que desnuda sus intimidades, y escarba en ellas hasta configurar todo un cuadro palpitante de la condición humana en el que podemos sentirnos retratados. Así, podemos ir hilando a lo largo de nuestra lectura la intención oculta del autor, pero podemos no hacerlo y leerla en el terreno del puro disfrute. Y podrá Unamuno teorizar sobre sus novelas como quiera, pero haremos bien en leerlas como novelas y, en el caso de esta, acompañar al protagonista en su deambular provinciano, conocer a dos sobresalientes tipos de mujer, reírnos con el anarquismo puro, leer con asombro el preciosos cuento intercalado que es el capítulo XXI y adivinar, aquí y allá, elementos biográficos y autobiográficos, cosas vistas y cosas vividas. No es causal que fuera esta novela la que más pronto y más veces se tradujo a las demás lenguas europeas.