Vivía, hace ya mucho tiempo, una vieja gitana que no tenía ojos más que para una preciosa niña. Decía que era su nieta. La cuidaba con mimo y le iba enseñando todo lo que había aprendido para sobrevivir: pequeñas trampas y embustes, pero también cantos y bailes, porque la niña tenía una gracia especial para bailar. Y era lista, tunanta y seductora. Además era guapísima. Se le notaba que era distinta a las demás gitanillas, como si hubiera nacido en otro lugar, en casa rica. Al ser tan hermosa, la vieja gitana le puso el nombre de Preciosa...