Desde que Pablo contempló la escultura de Gustavo Adolfo Bécquer en el parque, su vida cambió para siempre. Su primera obra se la dedicó a su pato. Para felicitarle por su trabajo, su abuelo le regaló una pluma. Dese entonces, no para de escribir bonitas poesías. Poco a poco ese niño creció y acabó siendo poeta.