Se dice, y se dice bien, que somos lo que comemos, lo que no se refiere sólo a la relación entre los nutrientes que ingerimos y al proceso bioquímico por el que se convierten en moléculas de nuestro organismo. Más allá de ello, cada vez que nos sentamos a la mesa, entramos en contacto con las raíces más hondas de una cultura que ha jugado un papel determinante en el modo en el que concebimos y nos relacionamos con el mundo, es decir, en nuestra manera de ser, en lo que somos. Desde que el homo sapiens tuvo la capacidad de transformar los frutos de la naturaleza en arte culinario, más que para alimentarse, lo hizo con el fin de celebrar las ocasiones que configuraban su cosmovisión y sus creencias. El sabor de las grandes ocasiones nos interna en la fascinante relación entre ese arte culinario y los acontecimientos como la cena de navidad, la noche de año nuevo, las fiestas patrias y otras muchas celebraciones, que nos identifican como familia, como nación y como civilización.
