En 1945, Alfred Hitchcock evocaba, en su octavo filme rodado en los Estados Unidos (el vigesimocuarto de su etapa sonora), Spellbound, una de las formulaciones del hecho pasional más nítidas y pregnantes de toda su carrera. La secuencia en cuestión corresponde al momento en que la doctora Constance Petersen (interpretada por Ingrid Bergman) decide visitar al recién llegado doctor Edwardes (Gregory Peck) en su habitación, y narra con arrebatadora simplicidad el itinerario que conduce a la protagonista a la superación, en tan sólo unos breves instantes, de toda la tensión emocional generada por la atracción a que ambos personajes se han visto sujetos desde su primer encuentro. Hitchcock da cuerpo a este recorrido emocional a través de un rico dispositivo visual en el que los elementos configuran, con rigor casi matemático, la pluralidad de dimensiones de un universo lírico donde todas las líneas convergen en un solo punto: la representación de la pasión. Este libro analiza la evolución de dicho dispositivo desde el cine clásico que el autor de Vértigo representa, hasta la obra de unos de los más radicales cineastas de la historia, Michelangelo Antonioni. Su punto de partida es sencillo: la pasión es la esencia misma del cine. Una pasión transmitida a través de un poderoso y vastísimo tejido de miradas, de movimientos, de gestos que generan múltiples procesos de conocimiento, una pasión que nace constantemente en el seno de las historias narradas por las películas. y también, muy cerca aunque no lo parezca, se encuentra la pasión que ha llevado a millones de espectadores del siglo XX a entrar en las salas cinematográficas para sumergirse en esa experiencia hipnótica que consiste en ver nacer un cruce fundacional de miradas en su inagotable pluralidad multiforme. Porque, oculta, lo cierto es que, en última instancia -y demostrarlo es uno de los objetivos de este libro- la pasión palpita detrás de toda imagen cinematográfica.