Hace tiempo que leíamos en la segunda edición española de La España del Cid (Buenos Aires, 1939) que la epopeya de otros pueblos se engendra en edades primitivas en que la historia no florece aún, pero España, la de los frutos tardíos, vive en retraso la última edad heroica del mundo y produce la leyenda cidiana en época de plena actividad historiográfica. Ningún héroe épico es producto, como lo es el Cid, del esplendor que comunica la intuición poética y de la claridad intelectiva de la historia. Sólo en España podemos observar esta coincidencia entre realidad y ficción, esta trabazón íntima entre las palpitantes circunstancias vitales no creadas por el poeta, y los metafóricos esplendores luminosos y relampagueantes de la fantasía. Sólo en España se dan Cides y Quijotes cruzándose y encontrándose en los polvorosos caminos peninsulares, luchando con feroces leones ambos, uno en los campos de la inventiva y el otro en los de la realidad apremiante, el uno con gigantes y molinos imaginados, el otro con ejércitos innumerables de moros entre el estruendo de tambores retumbantes cuyos redobles hacen temblar la luminosa tierra de España. He aquí por qué vamos a dar en estas breves páginas los tres aspectos del héroe: el histórico, el épico y el del romancero.