Por el camellón del viejo puente es una invitación a explorar el tema de las urbes que se introducen en los pulmones del poeta, que lo hacen aspirar esas historias metálicas y de concreto hasta despertar el ser primigenio de un yo poético universal. ¿Qué más universalización sino estas alusiones en las que invoca Campos Oliver los nombres de ciudades antiguas y modernas, opulentas y miserables, caóticas, intensas, reveladoras, ahítas de seres viviendo al límite, incluso del hastío y de la indiferencia?áCasi como una oración profana atemporal, como una letanía hipnótica, el poeta nos grita o susurra estos nombres, cuya vocalización nos hará hallar el centro de nosotros mismos. ´Delfos, Thule, Safi y Bridgetown/ Jena, Tashkent, Atenas, Los Ángeles/ Nisapur y Marsella. Clavius y Sana/ Hamburgo, Bagdad, Zúrich, Éfeso/ Nueva York y Roma. Camden y Teherán/ Pekín, Odesa, Agra o Winnipeg/ Katmandú y Bombay. (...) / / Al final/ todas se parecen/ al Distrito Federal.´áEn esta búsqueda ontológica y en la exploración del sentido último, expone paisajes, sonidos y palabras descarnada y carnemente citadinos: se esmera en ubicarlos con recursos desautomatizantes, frente a nuestra costumbre de mirarlas cosas sin interiorizarlas.